Renzo Francescotti fue conquistado por el Padre Eusenio Kino, al punto de convertirse en su alma lírica.
¿Qué misterioso juego de ánimo y ánima existe entre los dos?
Dos contemplativos se encontraron con el mismo gozo por la vida y por todo lo que construye y hace feliz al hombre.
Una comunión de “inquietud que multiplica las partidas” hacia “nuevas ausencias qué llenar”. Comunión en los “enigmáticos laberintos de Dios” en el deber de “cambiar los desiertos en jardines”, en el interrogativo: “¿habrá un pueblo de arcilla en el canto de las aves y de ángeles para mí y para mis hermanos…? ¿veré el paso por el Cielo?”
En los dos: el misionero y el poeta -mordidos a veces por la angustia de que no pueda durar- irrumpe la misma sensación vital: “Nada es como antes, si la subida es amarga es más dulce la cima”.
Palabras jamás escuchadas se vuelven familiares. El lector se da cuenta que habitaban desde siempre dentro de él, y se hace cómplice afectuoso de la esperanza de los dos: también él ve claro porque “todo está diseñado en las pupilas de Dios”.
Programa de Intercambio Cultural
Sonora, México-Trento, Italia